domingo, 8 de abril de 2012

RECUPERANDO LA REFORMA Calvino y la libertad cristiana como base de la vocación

La doctrina de la Libertad Cristiana (Inst. III, 19) forma el apéndice de la justificación, y sin ella no puede haber el “correcto conocimiento de Cristo, o de la verdad evangélica, o de la paz interna de la mente.” Pero cuando se menciona esta doctrina hay dos reacciones violentas: algunos “bajo el pretexto de la libertad, abandonan toda obediencia Dios, y se precipitan en el más desenfrenado libertinaje; y algunos la desprecian, suponiéndola subversiva de toda moderación, orden y distinciones morales”. Estas son las reacciones del mundano y del asceta. Calvino se opone igualmente a estos dos males, la mundanalidad y el escape del mundo. Sin embargo, esto no le convierte en un neutralista en el sentido de uno que quiere su pastel mientras se lo come. Calvino no aparentaba estar a favor de ambos extremos, sino que su balance es escritural, y va tan lejos como va la Palabra. Claro, en su esencia la libertad Cristiana es espiritual. Consiste de la libertad de la esclavitud de la ley y restauración a la obediencia voluntaria a la voluntad de Dios. Puesto que estamos libres de la ley como instrumento para salvación, respondemos como hijos al servicio de Dios con gozo y prontitud. La libertad es disfrutada en el camino de la fe y debe animarnos a la virtud, pero las mentes serviles, quienes la usarían para cumplir las lujurias de la carne, no tienen parte en ella. Puesto que Pablo pone todas las cosas externas sujetas a nuestra libertad (Rom. 14:4), no hay nada impuro en sí mismo, con tal que usemos nuestra libertad ante Dios y no ante los hombres. Se abusa de los buenos dones de Dios si son codiciados con demasiado ardor, cuando se alardea de ellos con orgullo, o cuando se colman con lujos. Sin embargo, para el puro todas las cosas son puras, pero todo lo que no es de fe es pecado, y “para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.” (Tito 1:15). El cristiano, quien es el liberto de Dios, usa este mundo en fe, es decir, en obediencia a los mandamientos de Dios para su gloria. Debe observar moderación para no llegar a abusar de los buenos dones de Dios; debe ser paciente y sumiso cuando se ve privado de bendiciones terrenales. Es llamado a ejercitar el amor y la paciencia en el uso de su libertad, para que su prójimo pueda ser edificado. Pero puesto que las cosas de este mundo no son pecaminosas en sí mismas puede poseerlas, sino que debe, en el proceso, guardarse de ser poseído por ellas. La búsqueda de logros culturales y la obtención de riquezas no son malas en sí mismas; el disfrute de la comida, la bebida y el lujo no ha de ser despreciado o condenado, pero las maldiciones de Dios caen sobre los ricos porque están inmersos en los deleites sensuales y sus corazones están embriagados con los placeres presentes mientras buscan perpetuamente asir otros nuevos (Inst. III, 19, 9 & III, 6-10). En su meditación acerca de la vida futura Calvino dice que debemos aprender a despreciar este mundo presente porque nos aparte de nuestro llamado. En ese sentido las buenas cosas en sí mismas se transforman en males para nosotros; por tanto debemos aprender a mirar por encima de todas las cosas a la luz de la eternidad. He aquí el punto crítico del asunto. ¡Este es el asunto decisivo! Para Calvino el esfuerzo cultural de uno es bueno o malo, dependiendo de la fe de uno. Todo lo que no es de fe es pecado. Toda cultura apóstata es egoísta en la que el hombre se salva a sí mismo por sus obras y exalta su propia gloria. Pero la doctrina de la justificación por la fe con su apéndice de la libertad Cristiana hace al hombre libre para servir a Dios en su llamado cultural. Abraham Kuyper, en sus Conferencias Stone, señala este punto cuando nos recuerda que fue esta liberación del hombre medieval de la carga de tener que ganar la salvación por las obras la que liberó la energía e interés que produjeron nuestro mundo moderno con su ciencia, industria e inventos. Pues, por el énfasis de Calvino sobre el uso apropiado de este mundo, la mirada del creyente fue dirigida a este hermoso cosmos en el que Dios nos llama a ser sus agentes culturales, y a tener dominio sobre la tierra, a poblarla, y a cultivar el suelo. (18) Y mientras Agustín había dicho que “el trabajo, aunque útil, es en sí mismo un castigo” ( De civ. Dei, XXII, 22), Calvino sostiene que la vocación de todo hombre le es concedida por Dios, de la cual se deriva una consolación peculiar, es decir, que “no hay obra alguna tan humilde y tan baja, que no resplandezca ante Dios, y sea muy preciosa en su presencia” (Inst. III, 10, 6). Con esto en mente consideremos ahora algunas de las contribuciones de Calvino en el campo de la economía.

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