domingo, 20 de mayo de 2012

Acuérdate de tu Creador

Acuerdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento;…” Eclesiastés 12:1 Existe una realidad que nadie puede evitar, y es que, a medida transcurre el tiempo, y con mucho respeto diré esto, lo cierto es que nos estamos haciendo más viejos, estamos avanzando en edad y nos estamos acercando más a nuestra muerte; en Eclesiastés 12:5 encontramos: “porque el hombre va a su morada eterna”. Del versículo 2 al 6 del mismo capítulo se describe con mucha exactitud el estado físico y anímico de la vejez, se da una lista como la siguiente: ◦Temblores en el cuerpo, encovarse la espalda y perdida de la vista, v.3 ◦Temores repentinos hacia ruidos extraños, enfermedades, v.4 ◦Temor a las alturas, perdida de la fuerzas y del apetito, v.5 Vemos claramente que no es una vida “muy bonita” la que nos espera, y sí es que llegamos a vivirla porque nadie nos puede garantizar un día más de vida; pero, ¿Y qué significa entonces esa frase de “Acuérdate de tu Creador…”?;… ¿Significará algo así como que “recuerde” que Dios existe?;… Pues sí… y no, veras, es un poco más profundo que eso y te lo explicaré con el siguiente ejemplo. En el libro de 1 de Samuel capítulo 1 se describe la historia de como nació el profeta Samuel, narra la historia que Ana, la madre de Samuel, no había tenido hijos y esto le causaba mucho dolor, Elcana (el esposo de Ana) amaba mucho a su mujer, pero aún así ella sentía que quería tener un hijo de él, como Ana anhelaba tanto tener a su hijo un año fue al templo a orar y llorar amargamente para pedírselo a Dios, en una parte de su oración vemos: E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí,…” 1 Samuel 1:11a Más adelante en la historia vemos que Dios vio con agrado la súplica de Ana y: …y Jehová se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová.” 1 Samuel 1:19b-20 Ahora bien, ¿Qué paso aquí?,… ¿Qué significa “y Jehová se acordó de ella”?,… ¿Significa que Dios “no sabia” que Ana existía?,… ¿Significa que Dios “recordó” por un momento que Ana existía?,… ¡No es así!,… ¡Dios sabía perfectamente que Ana existía!,… Así que Dios no necesitaba “acordarse” de Ana para tener presente en su mente que ella existía y entender por todo el dolor que ella estaba atravesando, lo que pasa es que en el contexto, para Dios, “acordarse” va más allá de una acción mental, “acordarse” implica tomar una actitud totalmente favorable en torno a alguien o dicho de otra forma ser proactivo a alguien,… ¿Puedes ver que el significado que Dios le da a “acordarse” va más allá? Entonces, cuando el verso dice “Acuérdate de tu Creador…” no nos está diciendo hay que “recordar que Dios existe…”, nos está diciendo que es bueno que “tomemos una actitud favorable hacia nuestro Creador”;… o dicho de otra manera que “seamos proactivos en torno a nuestro Creador”;… y esto va más allá de simplemente “recordar a Dios”, por ejemplo podemos ser proactivos en favor de Dios de las siguientes maneras: ◦Dios quiere que le conozcas y por eso ha dejado Su Palabra y la oración como herramientas para ello; ◦Dios quiere que le obedezcas, para ello debes buscar en Su Palabra que es lo que le agrada a Él; ◦Dios quiere que seas justo e íntegro en tu vida; ◦Dios quiere que seas de buen ejemplo con tu vida diaria para los demás; ◦Dios quiere que le sigas y Él promete estar contigo donde quiera que vayas; ◦Dios quiere que le des a conocer con las personas que te rodean; ◦Etc., Puede ser que ya no se vea tan sencillo esto de “Acordarnos de nuestro Creador”, pero te garantizo es un mucho mejor camino para alcanzar el todo del hombre (Eclesiastés 12:13); por otra parte, ¿Qué querrá decir con la frase de “…en los días de tu juventud…”?;… Para comenzar déjame decirte a ti que “tus días de tu juventud”… ¡Son en este momento!, no importa la edad que tengas, lo cierto es que ¡Tú existes en el presente! y otra verdad, un poco triste eso sí, es que cuando pase el tiempo lo lógico es que te pondrás cada vez peor, ¿Cierto?. Por ejemplo, puedes decir, “pero yo tengo 10 años, estoy muy joven para eso de Dios…”; lo siento, pero la Biblia dice que “Ninguno tenga en poco tu juventud…” (1 Timoteo 4:12); ¡Así que no tienes excusa!… luego puedes decir, “pero es que yo tengo 20 años, tengo que hacer otras cosas que son más importantes ahora…”, lo siento, pero, lo cierto es que cuando tengas 40 años desearás tener 20 de nuevo y no podrás, así que serías más sabio si mejor eliminarás esa excusa y te “acordaras de Dios”… Esto último aplica cualquiera sea tu edad, ¿Comprendes? Otra cosa interesante es que sí tienes 40 años lo más probable es que tengas más fuerzas que cuando tengas 60 y cuando tengas 60 tendrás más fuerzas que cuando tengas 70 y así sucesivamente, siempre serás más joven que muchas otras personas y además siempre en el momento actual son “los días de tu juventud”. RETO Concluyo retándote a que seamos como lo era Caleb, ¿Sabes lo que él dijo cuanto tenía 85 años?,… a una edad donde muchos de nosotros pensamos estar en nuestro retiro, él en cambio estaba entrando en la tierra prometida y tuvo que ir a pelear por su heredad, por su tierra, y esto fue lo que le dijo a Josué: y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza,… Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día;… Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho.” Josué 14:10-12

¿Cómo no agradecerte?

“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca. En Jehová se gloriará mi alma; Lo oirán los mansos, y se alegrarán. Engrandeced a Jehová conmigo, Y exaltemos a una su nombre”. Salmos 34: 1-3 Dios sin duda es hermoso, es lindo, es precioso, cada día que despierto me doy cuenta de su misericordia hacia mi vida y es que a veces no vemos lo grandioso que Dios ha sido para con nosotros, sino que lejos de meditar en un momento sobre las cosas buenas que Dios ha hecho en nuestra vida (Que por cierto son muchas), vemos las cosas negativas que estamos experimentando. Y es que hay detalles del diario vivir que se nos escapan y que no valoramos como tal, detalles que de percatarnos estaríamos más que agradecidos con Dios porque realmente El es Bueno. Sé que muchas veces pasamos por momentos que quisiéramos obviar, momentos que quisiéramos que pasaran rápido, esos momentos que nos hacen sentirnos tristes, desesperados y desanimados, pero en medio de todo ese panorama, tenemos que agradecer a Dios por TODAS las demás cosas que ha hecho por nosotros. Y es que no es justo que muchas veces por una sola cosa queramos culpar a Dios de que no nos escucha o que no nos responde, pues El ha sido lo Máximo con nosotros. Hoy quiero motivarte a que agradezcas al Señor, a que le des gracias por todo lo que Él ha hecho en tu vida, por las veces que de ti ha tenido misericordia, de las veces que su gracia se ha derramado para tu vida, de todas aquellas veces que te ha levantado y sostenido. No hay excusa, pues son más las bendiciones que Dios ha derramado sobre nuestra vida que las situaciones difíciles que puedes estar experimentando. Olvídate un momento de todo eso, agradece al Señor, Glorifícalo, Alábalo, Exáltalo, Adóralo, dile lo mucho que lo amas y lo seguro que te hace sentir cuando estas junto a Él. ¿Cómo no agradecer?, por el aire, por la vida, por la familia, por darnos el privilegio de sentirlo, por darnos el enorme privilegio de servirle, simplemente GRACIAS. ¿Estás agradecido por lo que el Señor ha hecho en tu vida? Hoy quiero salir de lo común y quiero invitarte a que dejes debajo de este devocional un comentario en tus propias palabras expresando lo agradecido que estas con El, estoy seguro que en el momento que estés escribiendo esa pequeña frase Dios ministrara tu vida, porque pese al momento que estás viviendo, sea bueno o malo, observara tu actitud de agradecimiento a Él. Pero antes de escribir o mientras escribes tu comentario, escucha esta bella alabanza que describe exactamente lo que mi corazón siente en este momento:

CONGREGARSE NO ES UN FIN EN SI MISMO

CONGREGARSE NO ES UN FIN EN SI MISMO (Hebreos 10:23-25) En el mundo existen infinidad de denominaciones que se autodefinen como “cristianas”, pero en realidad no lo son. Solo utilizan el nombre de Cristo para enriquecerse, es decir, sirven a las riquezas y no a Dios. La gente que cae en manos de estas agrupaciones de “seudo cristianos”, es sometida a enseñanzas erróneas, las cuales tienen por objeto transformar a las personas en títeres que repiten frases doctrinales cuyo fin no entienden, y cuya base bíblica ignoran. Las personas que han sido manipuladas de esta manera, llevan sobre si mismas una carga de mandamientos los cuales el Señor nunca dictó. En este artículo vamos a mostrar cuales son los mandamientos del Señor, y cual es el engaño. El engaño procura desviar la atención del oyente, de los verdaderos propósitos de Dios, y muestra como verdadero lo que no lo es. Su fin es aprovecharse del oyente, manipulándolo para obtener de él ganancia deshonesta. En el caso que vamos a presentar, los falsos maestros enseñan como mandamiento lo que en verdad es el medio, y a lo que es mandamiento, lo ignoran. Es muy importante determinar qué es un mandamiento y qué no lo es; porque si no sabemos cuál es la voluntad de Dios mal podremos cumplirla. Para saber qué es aquello que ha mandado el Señor, nada mejor que recurrir a Su Palabra. Nada puede ser más verdadero que la palabra del Señor dicha por él mismo. No importa lo que yo digo que dice el Señor; ni lo que otros dicen que su palabra enseña. Sólo Su Palabra es la verdad, por eso vamos ha buscar en ella lo que dice acerca de congregarnos porque: Nada tiene más valor ni es más verdadero, que aquello que el Espíritu de Dios enseña a través de Su Palabra. Hay muchas personas que suponen que ir a las reuniones de la iglesia es un mandamiento del Señor, pero no lo es. Y con esto no estoy diciendo que no haya que hacerlo; sería una necedad afirmar tal cosa, tanto como lo es decir que “reunirse” es un mandamiento. ¿Cuáles son los mandamientos del Señor? Mateo 22:37-40 “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...Este es el primero y grande mandamiento Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” A partir de aquí uno puede: 1) Suponer lo que quiera, es decir, yo puedo suponer que amar al prójimo y amar a Dios es: lo que se me ocurra. 2) Creer y “aprender de memoria” lo que otros dicen que esto quiere decir; corriendo el riesgo de ser engañado y engañar a otros. 2TI 3:13 3) Pedir al Espíritu de Dios que me guíe a la verdad Sg 1:5-7; Jn 14-26 Si pedimos al Señor que nos guíe a través de su palabra, veremos que: Aquel que ama al Señor guarda su palabra: “…El que me ama, mi palabra guardará;…” (Juan 14:23) “Guardar” significa y da idea de: proteger. Es decir, (si se me permite aclararlo) que debo proteger la palabra que el Señor depositó en mi. Protegerla en mi mente y en mi corazón, de manera que no sea arrebatada ni adulterada. Si la guardo, el Señor promete que: “...y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.” De esto se desprende que: “Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” Es guardar su Palabra. No es “hacer” tal cosa, o tal otra, sino guardar su Palabra. Y aquí llegamos al nudo en cuestión. ¿Qué dice su Palabra en cuanto a congregarnos? Si logramos saber que dice el Señor en cuanto a congregarnos podremos guardar su Palabra con respecto a eso. Pero sin escudriñar en Su Palabra, y sin acudir a la guía de Su Espíritu nunca sabremos la verdad y seremos presa fácil de cuanto engañador oportunista aparezca. La mayoría de las personas esta familiarizada con el pasaje del libro de “Hebreos” (Hebreos:10:23-25) De manera que vamos a partir de él para analizar el tema que nos ocupa: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos uno a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” ¿Dice este pasaje que “no debemos dejar de congregarnos”? ¿O dice que debemos “estimularnos al amor y a las buenas obras”? ¿Cuál es el punto en cuestión? ¿Qué es lo primero y que es lo secundario? ¿Cuál es el fin y cual el medio que nos va a llevar a cumplir con la voluntad del Señor? Primeramente el autor de “Hebreos” habla de “mantenerse firme en la esperanza” ¿Cuál esperanza? La esperanza es que el Señor volverá. “Porque aun un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.”(Hebreos:10:37) Queremos que vuelva y que nos encuentre como es digno de él “en amor y haciendo buenas obras” Amor significa aquí “misericordia”. La misericordia es la compasión en acción. Cuando una persona ve a otra en dificultades y siente lástima por ella, pero no hace nada para remediar la situación del que padece, no está siendo misericordioso. La misericordia consiste en obrar conforme a la necesidad del que padece, a fin de aliviarle el sufrimiento. ¿Con quien debo usar misericordia? Con cualquier persona que padece y esta en relación conmigo. Eso es amar al prójimo. Ya que prójimo es “cualquier persona en relación a otra” De esto se desprende que debo amar a toda persona que este en relación conmigo, ya que el mandamiento de Dios consiste en eso: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. “Como a ti mismo” significa “…todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos,…” (Mateo 7:12) De manera que cuando en (Hebreos:10:24 ) leemos: “…y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor…” quiere decir: pongámonos en frente uno del otro (considerémonos) para alentarnos a tener misericordia (amor). ¿Por qué necesitamos ser estimulados a tener misericordia del prójimo? Porque no es fácil amar al prójimo. Sin embargo ese es el mandamiento del Señor: “…No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos. Al que te pida dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses…Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;” (Mateo:39-44) Esto último se refiere a tener misericordia de ello, (Lucas:6:36) compadeciéndose de sus necesidades. Y el Señor sigue diciendo: “…para que seáis hijos de vuestro Padre que esta en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿Qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen así también los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mateo 5:45-48) Ser "perfecto" significa aquí, amar al prójimo, quienquiera que este sea. Pero, como dijimos, no es fácil, por lo que necesitamos estimularnos unos a otros, “animarnos unos a otros” para hacerlo. Sin embargo, debemos hacerlo; ya que esa es nuestra profesión: amar y hacer buenas obras a la medida que Dios las hace. Es necesario que el hijo de Dios ande en buenas obras, en la fe que obra por el amor. Y congregarse, es el medio por el cual podemos llegar a estimularnos para llevar a cabo el mandamiento. Ahora bien, no es necesario que sea en un salón o un lugar determinado, sino que nos veamos de algún modo en alguna parte, a fin de animarnos mutuamente. El congregarse no es un fin en si mismo; (permítame que lo repita una vez más) sino el medio por el cual podemos estimularnos unos a otros, para llevar a cabo el mandamiento de Dios. La verdad es que con solo congregarnos no estamos haciendo nada bueno; ya que puede ocurrir que, una vez reunidos, seamos indiferentes a las necesidades de algunos de los hermanos; o nos incitemos a la violencia, al odio, al chisme, etc. A propósito de esto, el apóstol Pablo escribe a los corintios: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones…” (1Co:11:17-18) Como vemos en esta cita, los corintios se reunían como iglesia, pero no "para lo mejor, sino para lo peor" Eso mismo ocurre hoy en muchísimas iglesias en donde los creyentes se congregan, por congregarse nomás; olvidándose del verdadero mandamiento de Dios. En fin, congregarse no tiene ningún valor en si mismo; pero lo adquiere cuando “nos consideramos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (misericordia y justicia) "Exhortándonos (animándonos) y mucho más, sabiendo que el día en que el Señor vendrá, está cerca." Quienes enseñan que congregarse es un mandamiento del Señor, lo hacen para infundir miedo en la gente, para que ésta, no deje de concurrir con su dinero a las reuniones; donde solo escuchara mentiras, disfrazadas de doctrinas bíblicas, mientras le roban.

¿CRISTIANO ó RELIGIOSO?

¿En qué religión esta la verdad?, ¿Es cierto, qué todos los caminos llevan a Dios?, ¿Cómo puedo conocer si estoy en una mentira?. Estas fueron algunas preguntas que, hace tiempo, tuve que hacerme: ya que todas las religiones proclaman tener la verdad y la gran mayoría se dice ser “cristianos”. Sin embargo, Cristo dijo: “por sus frutos los conoceréis”. (Sn Mateo 7:20). No todos los caminos llevan a Dios, el Señor Jesús dij
o que si permanecemos en Su Palabra, esta nos llevaría a conocer la verdad y la verdad, nos libertaría de la mentira. Cristo mismo se proclamo, por encima de todas las religiones como el camino, la verdad y la vida (Sn Juan 14:6), que nos llevaría a Dios. En otras palabras, no es la religión sino él, el camino correcto, la única verdad y la verdadera vida. Para responder a las primeras preguntas expondré que una cosa es ser cristiano y otra, muy distinta, ser religioso, ambos persiguen un objetivo aunque diferentes el uno del otro. El cristiano sigue a Cristo, mientras que el religioso sigue a su religión, el cristiano obedece a la Palabra de Dios, mientras que el religioso pone por encima de la Palabra de Dios sus normas y costumbres. Esto no es nuevo, Jesucristo, condeno radicalmente a los religiosos de su tiempo, cuando les dijo: “...así invalidan el mandamiento de Dios por vuestra tradición... enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Sn Mateo 15:6 y 9) Quiero dar a entender con más certeza de lo que estamos hablamos sobre todo para conocer dónde estamos parados, en qué religión estoy metido. Por lo tanto, agregaré que la diferencia más práctica se ve en la forma de vida de la “iglesia o religión”. Recuerda que por sus frutos los conoceréis: Si en la iglesia a donde asisto no me enseña que la Palabra de Dios es la verdad absoluta y si la suplantan con mentiras tradicionales y normas anti-bíblicas, creo que debo tener mucho cuidado. Si la religión donde asisto me dicen que todos los caminos llevan a Dios, entonces debo considerar que Jesucristo murió en vano por mis pecados. Mejor, Dios Padre, viera dado un mandamiento desde el cielo que dijera: busca la religión que tu quieras todas vienen a mi. Si en la religión donde estoy veo que en su mayoría no les ha producido un cambio de vida, que siguen sus propios deseos carnales, mintiendo, maldiciendo, robando, adulterando, haciendo de sus vidas un circulo repetitivo de sus faltas y pecados; entonces, tengo que considerar que estoy en una mentira, que soy un religioso mas, que se comporta mejor que los demás. Si estos hechos están a tu alrededor deja de ser un religioso, conviértete al Señor Jesús él dijo: De cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (Sn Juan 3:3). Lee Su Palabra para que conozcas la verdad y la verdad te hará libre. Comienza con el Nuevo Testamento, sería una excelente opción. Quizás esto sea difícil para ti, pero tengo que decírtelo: si haz escuchado la voz de Dios, que te manda a tener una vida distinta ¡SAL DE AHÍ!, pueblo de Dios. Tu lugar no es el infierno, tu lugar es la eternidad en el cielo. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. (Sn. Juan 8:36)

jueves, 3 de mayo de 2012

Antropología Cristiana

1. EL CONCEPTO. En la concepción más genuinamente cristiana del término, la revelación no tiene otro objeto sino Dios mismo, que se da a conocer mediante Cristo, Verbo encarnado, para que los hombres, en el Espíritu Santo, por medio del mismo Cristo tengan acceso al Padre (cf Vaticano II, DV 2). El hombre, en una primera aproximación, es el destinatario de la revelación y de la salvación que ésta anuncia y realiza, no su objeto directo. Pero, por otro lado, el conocimiento de Dios y de la salvación que en Cristo se nos ofrece nos descubre la definitiva vocación del ser humano, el designio de Dios sobre él, con una profundidad que de otro modo no nos hubiera sido nunca accesible. En este sentido el hombre, precisamente en cuanto destinatario de la revelación divina, se convierte también en objeto de la misma. Sólo a la luz de la salvación que Cristo nos trae descubrimos a qué estamos llamados y, por consiguiente, quiénes somos: "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). La revelación cristiana presupone el hombre y por tanto una cierta idea que éste tendrá de sí mismo; pero, por otra parte, la novedad de la encarnación del Hijo no puede dejar de enriquecer e iluminar esta visión. Por tanto, a partir de la revelación el cristianismo puede, y aun debe, reivindicar una noción propia del hombre, que en muchos aspectos coincidirá con la que ofrezcan la filosofía y las ciencias humanas y que deberá enriquecerse con sus aportaciones, pero que poseerá una irrenunciable originalidad. En este sentido hablamos de "antropología cristiana". 2. EL HOMBRE, CREADO A IMAGEN DE Dios. De hecho, si bien es claro que la Sagrada Escritura no trata de ofrecernos una antropología sistemática, es igualmente evidente que habla del hombre en muchísimas de sus páginas, comenzando por las primeras. El relato yavista de la creación y la caída (Gén 2-3) nos presenta ya al hombre como el centro de la obra creadora de Dios: es formado por sus manos y recibe la vida del propio aliento divino (Gén 2,7). Para él planta Dios el jardín de Edén y le ordena que ponga nombre a los animales (cf Gén 2,9.19-20); le da, por último, una ayuda adecuada, porque no es bueno que el hombre esté solo (cf Gén 2,9.20-24). Tenemos aquí el núcleo de una profunda antropología: el hombre está llamado a servirse de la creación y a dominarla y es un ser eminentemente social, hecho para estar en comunión con los otros. Pero vivirá solamente si mantiene la relación con Dios, que lo ha creado y le ha comunicado su misma vida, y si es fiel a sus mandatos (cf Gén 2,16). Esto quiere decir que la relación con Dios es esencial al hombre y es aquella dimensión totalizante a partir de la que se articulan todas las demás. El relato sacerdotal de Gén 1, 1-2,4a señala también la primacía del hombre sobre el resto de la creación. Se introduce aquí por primera vez la idea de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cf Gén 1,26-27); ésta es la característica del ser humano que el concilio Vaticano II (GS 12) coloca en primer lugar cuando trata de explicar la respuesta de la Iglesia al interrogante acerca del hombre, sobre el que se han dado a lo largo de la historia, y se dan todavía, opiniones tan diversas, e incluso contradictorias. Merece la pena, por tanto, que veamos brevemente el sentido de estas expresiones y el modo como han sido interpretadas en la Biblia y en la tradición de la Iglesia hasta el momento actual. El dominio del hombre sobre las criaturas es un elemento que encontramos también presente en el documento sacerdotal, y deriva ciertamente del hecho de su creación a imagen y semejanza de Dios (cf Gén 1,26-27); igualmente se pone de relieve en estos versículos el carácter social del hombre; el hombre hecho a imagen de Dios es varón y mujer. Pero también aquí la relación del hombre con Dios, aun con la diferencia radical entre Creador y criatura, es lo que parece determinante. El simple dato de que Dios cree "a su imagen y semejanza" cualifica en primer lugar el obrar divino, y determina a su vez que el hombre sea distinto de las demás criaturas. El ser humano ha sido creado para existir en relación con Dios, para vivir en comunión con él. Estos mismos elementos se hallan en Gén 5,1-3, donde se establece además una cierta analogía entre la creación del hombre por Dios a su imagen y la generación de Set según la semejanza e imagen de su padre Adán. La condición de imagen de Dios hace que la vida humana sea sagrada (cf Gén 9,6). El dominio sobre el resto de las criaturas y la vocación de Dios a participar de su vida inmortal son los puntos que se ponen de relieve en relación con la creación del hombre a imagen y semejanza divina en los otros textos del AT donde vuelve a aparecer este motivo (cf Si 17,3; Sab 2,23; cf también Sal 8,5-9). En el NT se afirma que la imagen de Dios es Cristo (cf 2Cor 4,4; Col 1,15; también Heb 1,2; Flp 2,6). Esto no significa que se olvide la condición del hombre como creado a imagen y semejanza de Dios; por el contrario, se afirma que el hombre ha sido llamado a convertirse en imagen de Jesús si acepta por la fe la revelación de Cristo y la salvación que éste le ofrece (cf 2Cor 3,18); el Padre nos ha predestinado a conformarnos según la imagen de su Hijo, para que éste sea primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8,29); y como hemos llevado la imagen del primer Adán, el terrestre, hecho alma viviente, llevaremos también la imagen del Adán celeste, Cristo resucitado, en la participación de su cuerpo espiritual (cf 1Cor 15,45-49). El destino del hombre es, por consiguiente, pasar de ser imagen del primer Adán a serlo del segundo; todo ello no es algo marginal o accesorio a su "esencia", sino que esta vocación a la conformación con Cristo y a revestir su imagen constituye lo más profundo de su ser. Junto a esta reinterpretación cristológica del tema de la imagen notamos en el NT una fuerte orientación escatológica de este motivo (cf también (Jn 3,2). Con todo, no es aventurado afirmar que si el hombre está orientado a Cristo como meta final de su existencia, esta ordenación, de un modo o de otro, ha de existir desde el principio. Es convicción general del NT que el orden de la creación y el de la salvación se hallan en relación profunda: todo ha sido hecho mediante Cristo y todo camina hacia él (cf 1 Cor 8,6; Col 1,15-20; Ef 1,3-10; Jn 1,3.10; Heb 1,3); Jesús es alfa y omega, principio y fin de todo (Cf Ap 1,8; 21,6; 22,13). La reinterpretación cristológica del motivo de la imagen prosiguió en la teología patrística. Ya en relación con el momento de la creación, y no sólo con el de la consumación final, se pone de relieve la ejemplaridad del Verbo. En efecto, sólo el Hijo es la imagen de Dios. El hombre no es estrictamente "imagen", sino que ha sido hecho "según la imagen". Pero aunque esto sea reconocido en general por todos, defieren las escuelas de la antigua Iglesia cuando se trata de precisar el significado de la imagen de Dios que es el Hijo; ello tendrá inmediatamente consecuencias antropológicas. Por una parte, los alejandrinos (Clemente, Orígenes; les seguirá sustancialmente san Agustín) consideran al Verbo preexistente la imagen de Dios; según esta imagen ha sido creado el hombre. Por ello la imagen de Dios en el ser humano sólo hace referencia a su elemento espiritual, el alma. Por el contrario, otros padres y escritores eclesiásticos (san Ireneo, Tertuliano) considerarán que la imagen de Dios Padre es el Hijo encarnado, que da así a conocer al Dios invisible. El hombre ha sido creado desde el primer instante según la imagen del Hijo, que habría de encarnarse y resucitar glorioso en su humanidad. Cuando Dios modelaba al primer Adán del barro, pensaba ya en su Hijo que habría de hacerse hombre y ser así el Adán definitivo. Según esta línea de pensamiento, el hombre ha sido creado a imagen de Dios según todo lo que es, en su alma y en su cuerpo, con una insistencia especial en este último. Ningún aspecto del ser humano queda excluido de esta condición de imagen, ya que todo él ha sido llamado a participar de la resurrección de Cristo. A pesar de estas notables diferencias, hallamos de nuevo unida la teología de los primeros siglos en la distinción entre la imagen y semejanza divinas: mientras la primera viene ya. dada con la creación, la segunda se. refiere a la perfección escatológica, a la consumación final. Aunque esta distinción no encuentre un apoyo totalmente literal en la Escritura, no es del todo ajena a ella (cf Un 3,2), y por otra parte pone bien de relieve un aspecto muy presente en el NT: el carácter de camino de la existencia humana, la necesidad constante del progreso en la unión y el seguimiento de Jesus. Esta distinción no se mantuvo en general en los tiempos sucesivos. Por otra parte, el sentido cristológico de la creación del hombre a imagen y semejanza divina se ha hecho menos explícito en la teología y en la conciencia cristiana. Por ello es tanto más de alabar la contribución del concilio Vaticano II en la GS, al poner, como notábamos ya, en el hecho de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios el comienzo y la base de la respuesta cristiana al interrogante sobre el misterio del ser humano. Según el número 12 de la constitución pastoral, esta condición significa ante todo que el hombre es capaz de conocer y amar a su Creador, es decir, que es capaz de entrar en relación personal con Dios. A ello se añade su posición de señorío sobre las criaturas terrenas, de las que se ha de servir para gloria de Dios, y la condición social del ser humano, llamado a existir en la comunión interpersonal. Como se ve, se recogen aquí muchas de las intuiciones que veíamos. presentes en nuestro rápido recorrido escriturístico, sobre todo del AT: Pero este número 12 de GS ha de leerse juntamente con el número 22, que citamos al comienzo de estas páginas: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que tenía que venir (cf Rom 5,14), es decir, Cristo nuestro Señor... No es extraño, por consiguiente, que todas las verdades antes expuestas encuentren en Cristo su fuente y en él alcancen su vértice. El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado..." La orientación cristológica de la antropología cristiana ha sido, por tanto, fuertemente subrayada por el concilio (como también en el magisterio de Juan Pablo lI; cf, p.ej., Redemptor hominis 8,2; 13,13; 28,1). Naturalmente, el magisterio de la Iglesia no ha explicado en detalle las relaciones entre la cristología y la antropología. Éstas no son entendidas de modo totalmente idéntico por la teología contemporánea. Rebasaría los límites de este artículo la exposición, siquiera sucinta, de las diferentes posiciones y modelos de explicación. Pero para todos es claro que, al recoger la revelación de Cristo, el hombre encuentra respuesta a sus más profundos interrogantes. Seguir a Cristo no es, por consiguiente, algo que se le imponga solamente desde fuera y que no tenga relación ninguna con su ser. Todo lo contrario. Solamente en Jesús alcanza la definitiva, porque desde el primer instante de la creación Dios le ha impreso esta orientación. Por ello el concilio Vaticano II (GS 41) puede afirmar que quien sigue a Cristo, el hombre perfecto, se hace también él más hombre. La novedad indeducible de la encarnación del Hijo de Dios, fruto solamente del libérrimo designio de salvación del Padre, y la orientación del mundo y del hombre hacia Cristo de tal manera que éste constituye la perfección a que tienden en este concreto orden de creación, serán dos puntos (sólo en apariencia contradictorios) que la teología cristiana, y en especial la antropología, deberán siempre tener presentes. La fe cristiana nos dice que el hombre no ha sido fiel a este designio divino y que desde el principio el pecado ha sido una realidad que ha entorpecido la relación con Dios. Pero, en su fidelidad, Dios nos ha mantenido siempre su amor y, en Cristo, la semejanza divina deformada ha sido restaurada (GS 22). Por lo demás, la naturaleza humana, sin duda profundamente afectada por el pecado, no ha quedado con todo corrompida de raíz. 3. EL HOMBRE, LLAMADO A SER HIJO DE DIOS EN CRISTO. La antropología cristiana afirma que no hay más que una perfección del hombre: la plena conformación con Jesús, que es el hombre perfecto. Esto significa la participación en su filiación divina, en la relación irrepetible que Cristo, Hijo unigénito de Dios, tiene con el Padre. Ya en los evangelios leemos que Jesús, que se dirige siempre a Dios con el apelativo de "Padre", enseña a sus discípulos, sin colocarse él nunca en el mismo plano, a hacer lo mismo (cf Me 11,25; Mt 5, 48; 6,9; 6,32; Le 6,36; 11,2, etc.). Pablo nos dirá que ello es posible solamente por el don del Espíritu Santo, enviado a nuestros corazones y que clama en nosotros "Abba, Padre" (Gál 4,6; cf Rom 8,15), en virtud del cual podemos llevar una vida auténticamente filial respecto a Dios y fraterna respecto a los hombres. Así el Hijo unigénito de Dios se hace el primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8,29; Heb 2,11-12.17; tal vez Jn 20,17). La antropología cristiana contempla, por lo tanto, al hombre llamado a participar de la misma vida del Dios trino: en un mismo Espíritu tenemos todos acceso al Padre mediante Cristo (Ef 2,18); la misma unión entre los discípulos de Cristo, a la que todos los hombres están llamados, es reflejo de la unión de las personas divinas (cf Jn 17, 21-23). Nuestro breve recorrido por algunos de los puntos de la antropología cristiana no puede dejar de mencionar la categoría de la "gracia", esencial a la visión cristiana del hombre. Nos hemos referido a la novedad indeducible de la encarnación de Jesús. Dios se autocomunica libremente en su Hijo y en su Espíritu, y es igualmente don de Dios y nunca mérito del hombre la incorporación personal a la salvación (=justificación por la fe). La visión cristiana del hombre no puede olvidar este elemento: la plenitud del hombre es recibida como don gratuito, no reducible al donde la creación, como no se deduce de ésta la encarnación de Jesús. Es, por consiguiente, un nuevo elemento irrenunciable de la visión cristiana del hombre que éste recibe su plenitud como un don inmerecido, lo cual, a su vez, no excluye que tenga que aceptarlo libremente y cooperar con Dios, que se lo otorga en su infinita bondad. 4. LA UNIDAD DEL HOMBRE EN LA DUALIDAD DE CUERPO Y ALMA. La doctrina bíblica de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios muestra la íntima relación de los órdenes de la creación y de la salvación. La fe cristiana a lo largo de los siglos se ha preocupado no sólo de exponer el sentido de la salvación, sino también de insistir en la configuración creatural del hombre, en su "naturaleza", apta para recibir esta salvación gratuita de Cristo como su intrínseca perfección. Punto esencial sin duda de esta preocupación ha sido la unidad del ser humano en la pluralidad de sus dimensiones. Ya el NT, siguiendo las huellas del AT, a la par que insiste en la unidad original del ser humano, conoce diversos aspectos del mismo: el hombre es "cuerpo" por su dimensión material, que lo hace un. ser cósmico, inserto en este mundo, solidario con los otros, con una identidad definida en los diferentes estadios de su existencia (cf 1 Cor 15,44-49); esta condición corporal del hombre se asocia a veces a la "carnal", que con frecuencia adquiere un sentido negativo, ya que indica la debilidad del hombre (cf Mc 14,38; Mt 26,41), o incluso, especialmente en Pablo, su existencia bajo el dominio del pecado (cf Rom 6,19; 8,3-9; Gál 5,13.16-17). El hombre es también "psique", vida, alma; es sujeto de sentimientos (cf Mc 3,4; 8,35; Mt 20,28; 26,38; Col 3,23). Por último el hombre tiene también la "capacidad de lo divino", está en relación con Dios; todo ello se expresa con el término "espíritu", que indica tanto la vida de Dios comunicada al hombre y principio de vida para él como el hombre mismo en cuanto movido por el Espíritu Santo; se opone con frecuencia a la "carne" en cuanto débil o sometida al pecado (cf Mc 14,38; Jn 3,6; Rom 8,2-4.6.10.15-16; Gál 5,16-18.22-25). Aunque no se haya pretendido una reflexión sistemática sobre la cuestión, no hay duda de que el NT en su conjunto nos muestra al hombre como un ser a la vez mundano y trascendente a este mundo, capaz de relación con Dios. Es lo que a lo largo de la historia, partiendo ya de los primeros siglos cristianos, se ha expresado con la idea del hombre como formado de alma y cuerpo. El cristianismo asimiló estas nociones de la antropología griega, aunque no sin transformarlas. Los esquemas cristológicos y soteriológicos (encarnación, resurrección) han hecho que algunos Padres basaran su antropología precisamente en el cuerpo. Y aunque pronto, por el predominio de los esquemas platónicos, se pasa a considerar que el alma tiene una primacía sobre el cuerpo (y se llega a afirmar a veces que ésta es en rigor el hombre), nunca en la teología cristiana se ha considerado al cuerpo malo en sí mismo; ha sido también creado por Dios y es llamado a la transformación final en la resurrección. Santo Tomás ha subrayado la unidad de los dos componentes del hombre en su famosa fórmula "anima forma corporis". Existe una unidad sustancial originaria del hombre que abraza estos dos aspectos, de tal manera que ninguno de los dos separado del otro sería hombre o persona. No hay, por consiguiente, alma sin cuerpo ni cuerpo sin alma (prescindiendo de la pervivencia del alma después de la muerte). La unidad sustancial de alma y cuerpo se subrayó también en el concilio de Viena, el año 1312 (cf DS 900.902); el concilio V de Letrán, del año 1513, define que el alma no es común a todos los hombres, sino que es individual e inmortal (DS 1440). Del cuerpo y el alma del hombre en su unidad habla también la GS 14. La antropología moderna prefiere no tanto hablar de que el hombre tiene un alma y un cuerpo, sino de que es alma y cuerpo. Y a veces se subraya que tanto el alma como el cuerpo son del hombre; el lenguaje expresa bien la unidad que somos y experimentamos. Nuestro psiquismo y nuestra corporalidad se condicionan mutuamente. Por ser cuerpo nos hallamos sometidos a la espacio-temporalidad estamos unidos a los demás hombres, somos finitos y mortales; por ser alma trascendemos el mundo, y estamos llamados a la inmortalidad. Una inmortalidad que, desde el punto de vista cristiano, no tiene sentido si no es en la comunión con Dios, y que por otra parte garantiza la continuidad del sujeto en nuestra vida actual y en la plenitud de la resurrección en la configuración plena con Cristo resucitado. 5. EL HOMBRE, SER PERSONAL ABIERTO A LA TRASCENDENCIA. La constitución psicosomática del hombre, en virtud de la cual; siendo un ser cósmico, trasciende este mundo, está en íntima relación con su ser "personal". El ser humano no es un objeto más en el mundo; es un sujeto irrepetible. El pensamiento cristiano ha desarrollado la noción de "persona" para expresar este carácter del hombre, que lo hace radicalmente distinto de todos los seres que le rodean y que le confiere una dignidad y un valor en sí mismo, no en función de lo que hace o de la utilidad que reporta a los demás. El concilio Vaticano II (GS 24) señala que el hombre es la única criatura terrestre que Dios ha amado por sí misma. No deja de ser significativo observar que el desarrollo antropológico de esta noción ha sido posterior en el tiempo al uso de la misma en la teología trinitaria y en la cristología. El sentido del valor y la dignidad de la persona, ampliamente reconocido en nuestros días (a pesar de numerosas contradicciones que no pueden desconocerse) aun fuera del ámbito cristiano, adquiere a partir de la visión cristiana del hombre su última fundamentación: el hombre tiene un valor absoluto para el hombre porque lo tiene para Dios, que lo ama en su Hijo Jesús y lo llama a la comunión con él. A la condición del hombre persona y sujeto irrepetible va unida necesariamente su libertad. Ésta no significa sólo, aunque incluya necesariamente este aspecto, la posibilidad de elegir entre diversos bienes o posibilidades concretas, sino que es ante todo la capacidad de configurarse a sí mismo de acuerdo con las propias opciones. Por ello se ha podido decir que el hombre no tiene libertad, sino que lo es, porque a pesar de los evidentes condicionamientos a que se halla sometido, tiene una auténtica capacidad de autodeterminarse. En el ejercicio de su libertad el hombre opta primariamente sobre sí mismo. No se debe hablar, por tanto, sólo de libertad de las trabas o impedimentos internos o externos, sino de libertad para el proyecto humano que se ha de realizar. Nada tiene que ver la libertad con el capricho. De ahí que aquélla alcance sólo su plenitud en la opción por el bien; cristianamente hablando, ello significa dejarse liberar por el Espíritu, romper las ataduras del pecado y el egoísmo para vivir en la libertad de los hijos de Dios, que es la de Jesús, que se entrega hasta la muerte por amor. Es importante notar que la libertad del hombre se da incluso frente a Dios y a su Palabra. En su revelación Dios quiere establecer un diálogo con nosotros y nos llama a la comunión de vida con él. Todo ello sería imposible en la hipótesis de que Dios nos forzara a aceptarlo. Cuando insistimos en la libertad humana aseguramos, por tanto, que también ante Dios y para Dios somos y permaneceremos siempre un auténtico sujeto, un verdadero tú. El hombre, como ser personal y libre, se halla necesariamene abierto al mundo y los demás. Frente a ellos ejerce su libertad y en este mismo ejercicio puede experimentar su propia trascendencia. El hombre necesita del mundo que le rodea para su propia subsistencia. Ésta es una experiencia fundamental e incontrovertida. Pero en esta misma relación de dependencia frente al mundo se abre el sentido de su trascendencia a él: efectivamente, con el hombre y su capacidad de transformar la realidad que lo circunda se produce en ésta una novedad; por el esfuerzo humano se dan en la naturaleza posibilidades nuevas que de otro modo nunca se hubieran alcanzado. El trabajo del hombre es, pues, un fenómeno nuevo en el ámbito cósmico; por ello puede ser calificado de "creador". Estas posibilidades de la naturaleza se convierten a su vez en posibilidades nuevas para el hombre mismo, para su libertad. Inserto en el mundo, en su misma acción, en él el ser humano muestra que lo trasciende, que no es una simple pieza de un mecanismo. Experimenta además la perpetua insatisfacción ante los logros alcanzados, entre lo que tiene y aquello a lo que aspira. Difícilmente podrá el mundo, por tanto, dar al hombre el último sentido de su vida. La comunión entre personas es un fenómeno nuevo respecto a la relación hombre-mundo . Sólo en el otro ser humano encuentra el hombre la "ayuda adecuada", según la vieja sabiduría bíblica. Sólo el hombre es digno del hombre. Únicamente en el ejercicio de sus dimensiones sociales, y en particular con la comunión y donación interpersonal, puede el hombre ser él mismo. La noción de persona, ya en sus profundas raíces teólógicas a que hemos aludido, lleva consigo esta dimensión. En el encuentro con el otro en tanto que persona nos hallamos ante un valor absoluto que no hemos creado nosotros. Tampoco es el otro o la sociedad sin más el fundamento de este valor absoluto que hallamos ante nosotros, porque también nuestro propio ser personal es valor absoluto ante los demás. La relación interpersonal, por tanto, nos abre también al misterio de la trascendencia del hombre a cuanto nos rodea. La limitación e indigencia humanas, que se manifiestan sobre todo en la muerte; la sensación de truncamiento que de modo casi inevitable se experimenta cuando se piensa en esta última, nos colocan también ante la cuestión del sentido de la existencia humana y de la dificultad de hallarlo si queremos permanecer en los límites de lo que vemos. La esperanza cristiana, sobre todo si se manifiesta en la vida de los creyentes, es capaz de ofrecer una respuesta plausible a estos interrogantes del hombre. La revelación cristiana nos ofrece, según hemos visto, una imagen del hombre centrada ante todo en Jesús, el hombre perfecto, en quien somos hijos de Dios. Si ésta es nuestra última vocación, la teología cristiana no puede desentenderse de aquellos aspectos de la constitución y del ser creatural del hombre que lo hacen apto para esta llamada divina. En ellos descubre ya la huella del designio de Dios, que nos quiere para él. El ser humano aparece así abierto a la comunicación de Dios mismo en la revelación cristiana. Ésta nos abre unas perspectivas que por nuestra parte jamás hubiéramos podido imaginar; es pura gracia y don de la benevolencia divina, y al mismo tiempo responde a nuestras íntimas aspiraciones y deseos: la íntima comunión con Dios, a la que Cristo nos da acceso, y la plena comunión con los hermanos con quienes vivimos en la Iglesia, "instrumento de la plena unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (LG 4).

Sobre el pecado, la culpa y el perdón

En la época en que vivimos, pocos conceptos han sido tan desfigurados y tan tenidos en poco como el de pecado. Para muchos esto es una idea anticuada, cargada de reminiscencias pueriles, impropia de personas maduras. No faltan quienes se burlan de él o lo ven como un freno para privar al ser humano de sus goces más sabrosos. Para ellos, Dios, con su condenación de todo lo pecaminoso, es un aguafiestas. Sin embargo, nada hay más real, más serio y más grave que el pecado. Prescindamos por un momento de nombres y conceptos y echemos una ojeada al mundo en que vivimos. Y ¿qué vemos? Ambiciones sin cuento, soberbia, violencia, opresión, insolidaridad, injusticia... Como consecuencia, guerras, incremento de la pobreza, violencia familiar en multitud de hogares, infidelidades, relajación sexual; frecuentemente, en muchos lugares, vulneración de los derechos humanos más fundamentales. Llámese a todo eso como se quiera: imperfección en el proceso evolutivo de la humanidad, incultura, estructuras sociales ineficaces. La Biblia lo incluye todo bajo una sola palabra: pecado. Esencia y universalidad del pecado La Biblia es explícita cuando afirma que el pecado es «transgresión de la ley» (1 Jn. 3:4). Así se ve en el primer pecado cometido en el mundo. Dios, al crear la primera pareja humana, la había rodeado de todo lo necesario para su felicidad. Pero al disfrute de innumerables placeres había impuesto un límite: no podrían comer del fruto prohibido (Gn. 2:16-17). Muchas personas piensan que las prohibiciones de Dios cercenan la libertad plena del hombre. Pero ya se vio lo que sucede cuando el hombre hace mal uso de su libertad. El desastre en el Edén no pudo ser mayor. En realidad, los mandamientos divinos son comparables a los carriles de la vía férrea. Lejos de limitar la velocidad del tren, la facilita; salirse de ellos equivale a una catástrofe. Y catastrófico es el estado del mundo desde que el hombre decidió usar su libertad para desobedecer a su Creador. No debe pensarse, sin embargo, que el pecado fue el problema de un individuo que arrastró en las consecuencias de su transgresión a toda su descendencia, pues, como dice el apóstol Pablo, «todos pecaron» (Ro. 5:12). Y «por cuanto todos pecaron, todos están destituidos de la gloria de Dios» (Ro. 3:23). No faltan quienes se resisten a aceptar estas afirmaciones bíblicas. Muchos se consideran «buenas personas» que no han hecho nunca mal a nadie. ¿Cómo puede Dios condenarlos? Pero si pensamos que pecado es no sólo el acto prohibido, sino también las actitudes de enemistad (Mt. 5:23-24), la palabra hiriente (Mt. 5:22), la mirada lasciva (Mt. 5:27-28), ¿quién puede considerarse justo y sin tacha? Penetrante como un dardo en la conciencia fue lo dicho por el Señor a los hombres que acusaban a una mujer de adulterio manifiesto: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (Jn. 8:7). El aguijón de la culpa Si el pecado es el acto de transgresión de la ley divina, la culpa es la carga de responsabilidad que recae sobre quien lo comete. Tan antigua como el ser humano es la tendencia a descargarnos de esa responsabilidad. Ya al principio, cuando Adán y Eva habían desobedecido y fueron interpelados por Dios, no reconocieron que la infracción de su ley era fruto de su codicia. Buscaron chivos expiatorios para librarse de culpa. «La mujer que me diste» dijo Adán; «la serpiente», dijo Eva. Es que el reconocimiento de la Pensamiento Cristiano Página 1 de 4

miércoles, 2 de mayo de 2012

¿Tiene el cristiano parte en la política?

Tal vez se alarme cuando le digamos que su pregunta toca los mismos fundamentos del cristianismo. Le preguntamos, querido amigo, ¿a qué mundo pertenece el cristiano? ¿Pertenece a este mundo o al mundo de arriba? ¿Está su ciudadanía en la tierra o en el cielo? ¿Está él “muerto al mundo”, o está “vivo en él”? Si él fuese un ciudadano de este mundo; si su lugar, su porción y su hogar estuviesen aquí abajo, entonces, seguramente, nunca sería suficiente su comprometida actividad en los “asuntos de este mundo”. Si él fuese un ciudadano de este mundo, de hecho que debiera votar por concejales del municipio o por miembros del parlamento o por un presidente de la república; debe hacer todos los esfuerzos posibles para lograr poner al hombre correcto en el lugar adecuado, ya sea en el consejo municipal, en la cámara de los legisladores, o en el poder ejecutivo. Debe dedicar todos sus esfuerzos y medios a su alcance para mejorar y regular el mundo. Si, en una palabra, él fuese un ciudadano de este mundo, debiera, con lo mejor de sus capacidades, desempeñar las funciones pertenecientes a tal posición. Pero, por otro lado, si fuere cierto que el cristiano está “muerto” con respecto a este mundo; si su “ciudadanía está en los cielos”, si su lugar, su porción y su hogar estuviesen en lo alto; si él sólo fuese un “extranjero y peregrino” aquí abajo, entonces se sigue que él no es llamado a comprometerse de ninguna manera con la política de este mundo, sino a seguir su camino peregrino, “sometiéndose pacientemente a toda institución humana por causa del Señor”, prestando obediencia a las “autoridades” establecidas por Dios y orando “por todos los que están en eminencia” a fin de ser guardados y estar bien en todas las cosas. Pero Ud. pregunta puntualmente: ¿«qué enseña la Palabra de Dios» sobre este punto?, una pregunta sumamente importante. “Qué, pues, dice la Escritura”? (Romanos 4:3). Un pasaje, o dos, serán suficientes. Oigamos lo que dice el Señor cuando se dirige al Padre en referencia a “los suyos que estaban en el mundo” (Juan 13:1): “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14-16). Oigamos también al inspirado apóstol sobre este mismo tema: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía (griego: politeuma) está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:17-20). Y de nuevo leemos también en la epístola a los Colosenses: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:1-4). Hay quienes dicen, no obstante, que las Escrituras citadas ya no se aplican hoy; que “el mundo” de Juan 17, no es el mundo de nuestro presente siglo; que el de entonces era un mundo pagano, mientras que el de hoy día, es un mundo cristiano. A todos los que asumen esta posición, no tenemos nada que decirles. Si la enseñanza del Nuevo Testamento estuvo planeada sólo para una época pasada; si tan sólo es efectiva para las cosas que fueron, y no tiene aplicación para las cosas que son, entonces no podemos saber seguramente dónde estamos parados ni a qué lugar acudir para hallar una guía o autoridad. Pero, gracias a Dios, contamos con una guía divina y, por ende, plenamente suficiente para todas las épocas, para todos los tiempos y para todas las condiciones. Si, pues, hemos de ser guiados únicamente por la Escritura, ésta en ninguna parte nos autoriza a comprometernos en la política de este mundo. La cruz de Cristo ha roto el lazo que nos ligaba con este mundo. Estamos identificados con Él. Él es nuestro Modelo. Si Cristo estuviese aquí, hallaría su lugar fuera de los límites de este mundo. No veríamos a Cristo en la sesión del consejo municipal, en el tribunal, en la cámara legislativa o con la espada en su mano. Pronto, él empuñará el cetro, desenvainará la espada y tomará las riendas del gobierno en Sus manos (¡Quiera Dios que ese día llegue pronto!). Pero ahora Él es rechazado, y nosotros somos llamados a participar de Su rechazo. Como cristianos, nuestra senda en este mundo es la obediencia o el sufrimiento. Somos llamados a orar “por todos los que están en eminencia” (1.ª Timoteo 2:1-2), pero no a estar en el lugar de la autoridad nosotros mismos. No hay una sola línea de las Escrituras que me guíe para votar en las elecciones, o como miembro político o magistrado. Por esta razón, si yo actuase bajo estos caracteres, lo estaré haciendo sin una sola palabra de dirección de mi Señor; y peor aún, estaría actuando de una manera totalmente opuesta a Él, y en directa oposición al espíritu y a la enseñanza del Nuevo Testamento. ¡Quiera Dios hacernos más fieles a Cristo! ¡Que seamos librados más completamente, en corazón y espíritu, de este “presente mundo malo”, como así también capacitados para proseguir, con santa determinación, nuestra senda peregrina a lo largo de las arenas del desierto de este mundo! Sabemos perfectamente que lo que hemos escrito sobre este tema resultará desagradable e impopular, pero esto no nos habrá de impedir que hablemos la verdad, como tampoco nos impedirá que actuemos conforme a la verda