sábado, 14 de abril de 2012

La angustia fundamental del hombre

De manera que la primera pregunta que se nos plantea es: ¿Qué es lo que entendemos cuando hablamos de la angustia fundamental del hombre? Sin lugar a duda, «angustia», «ansiedad», «temor», «miedo», etc., son palabras que hacen resonar las cuerdas más variadas en el arpa de nuestros sentimientos. Por eso vamos a precisar este concepto. Para empezar vale la pena recoger una distinción que hace el mismo pensador danés. Kierkegaard distingue entre temor/miedo y angustia. El temor y el miedo tienen que ver con un objeto concreto. Por eso la relación entre el objeto causante y el hombre es de fundamental importancia para superar el temor y el miedo. No es así en el caso de la angustia. La angustia es algo más indefinido. No es posible relacionarla con un objeto o una situación en concreto.[3] Esta distinción entre una forma de angustia más concreta, definida y relacionado con un objeto o una situación en concreto y una angustia indefinida, no identificada, sutil y etérea, queda confirmado por Drewermann quien desarrolla esta distinción desde la etología y el psicoanálisis. Según él, existe una angustia consciente, exterior y real. Esta se estudia en la etología. Pero además existe una angustia inconsciente, interior y existencial, la cual se estudia en el psicoanálisis. Es interesante en esta distinción la relación que —ante todo en Drewermann— se establece entre las dos formas de angustia. La angustia inconsciente y existencial es la interiorización de lo que en principio era una angustia exterior y real. Lo que en principio el hombre experimentaba ante una situación y frente a una amenaza concreta, luego lo ha interiorizado y agrandado enormemente. O sea, la misma evolución de lo animal a lo humano es responsable de que también la angustia cobrara una nueva dimensión. Más allá de esta distinción básica, Kierkegaard resume su concepto de angustia en la famosa fórmula: «La angustia es la realidad de la libertad como posibilidad».[4] Para Kierkegaard, el hombre se encuentra ante el dilema de tener que establecer una síntesis entre lo finito e infinito de su existencia. La angustia surge —por hablar metafóricamente— cuando el hombre de repente se da cuenta de que está ante un acantilado inmenso que se llama «libertad», o «la posibilidad de libertad». Mirando al vacío[5] de tal enorme espacio, a ese mar de posibilidades de realizar su vida, el hombre se marea. Le entran nauseas y se refugia en lo terrenal porque no aguanta tal perspectiva. Aquí es donde se manifiesta el dilema y la tragedia del pecado original, entendido en términos de angustia. El dilema consiste en que el hombre a penas siente su angustia, porque se ha construido todo un sistema anestésico en el que se refugia porque no aguanta sentir esa angustia existencial. Y lo trágico del pecado se encuentra en que cualquier superación debería acercar al hombre nuevamente al punto de partida, ahí donde está obligado a mirar al vacío de su libertad, ahí donde tiene que sentir la angustia que el peso de su existencia le provoca, para ver que más allá de la angustia existe otra opción: la confianza. Pero es precisamente este acercamiento contra el que se defiende el ser humano con uñas y dientes, porque la angustia que debería volver a sufrir por unos momentos le parece algo insoportable.[6] Drewermann defina así este estado de esclavitud: «El hombre intenta desesperadamente evitar el retorno de la angustia, y cuanto más le amenaza la angustia ante la libertad, más se enreda en la esclavitud del pecado…»[7] Es este el homo incurvatus in se (el hombre encorvado en sí) del que habla EberhardJüngel,[8] siguiendo así la teología evangélica clásica que desde sus inicios ha puesto el énfasis en una comprensión totalitaria y en una radicalización del pecado original. El pecado no se manifiesta tanto en la praxis humana —o sea en actos parciales— sino en primer lugar en la naturaleza del hombre —o sea en la estructura de su existencia.[9] En sintonía con esto dice E. Jüngel: «El pecado de la incredulidad no es que el hombre le deba algo a Dios, sino le debe nada menos que a sí mismo en su totalidad. (...) Por eso no le permite a Dios estar aquí a favor del hombre, no quiere recibir su ser a partir de Dios, sino quiere ex-istir desde sí mismo».[10] De manera que podemos resumir que: Psicológicamente podemos comprender las formas de la angustia interiorizada como procedentes de experiencias de angustia reales y concretas. Filosóficamente la angustia está originada por la imposibilidad de encontrar en el vacío de la libertad un fundamento sobre el que constituir el ser espiritual del hombre, consiguiendo así la síntesis entre finitud e infinitud. Pero teológicamente la angustia aparece como culpa ante Dios. Por eso el proyecto de Kierkegaard, de comprender un tema teológico por medio de la psicología y filosofía, es fundamentalmente correcto. La psicología y la filosofía resultan ser útiles para obtener una mayor comprensión de la angustia y de las extrañas y dañinas reacciones del hombre ante ella, es decir que nos ayudan a comprender y definir un tema anticuado y agotado. Pero hace falta teología para su superación, tal como dice Drewermann: «Al final de la psicología de la angustia comienza la dogmática de la reconciliación».[11]

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